Imagino a unos albañiles construyendo una casa. Los ladrillos están blanditos y deformes, las cabillas están enroscadas como si fueran rabos de cochinos. La cerámica está toda porosa, descolorida, desigual, Y siguen construyendo la casa y al final obtienen una vaina bien extraña y deforme que a duras penas se sostiene. Así pasa con las palabras mal escritas.
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